Zig Zag by José Carlos Somoza

Zig Zag by José Carlos Somoza

autor:José Carlos Somoza [Somoza, José Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T00:00:00+00:00


V

LA REUNIÓN

El futuro nos tortura, el pasado nos encadena.

GUSTAVE FLAUBERT

20

Madrid,

11 de marzo de 2015,

23.51 h

—Perdí el conocimiento. Recuerdo la pesadilla de un viaje en helicóptero. Me despertaba, volvía a desmayarme… Me inyectaron sedantes. Durante el trayecto me explicaron que el almacén junto a la casamata militar, que contenía sustancias inflamables, había estallado porque uno de los helicópteros que estaban aterrizando había perdido el control accidentalmente y se había estrellado contra él. Los soldados Méndez y Lee, que se hallaban fuera, habían muerto en la explosión junto con los tripulantes del helicóptero. El sector militar quedó destruido y la sala de control sufrió graves desperfectos. Los laboratorios se desplomaron por completo. En cuanto a nosotros… tuvimos «suerte». Eso nos dijeron. —Lanzó una risita—. Nos encontrábamos a resguardo en la cocina, y eso fue una «suerte»… Pero daba igual, porque ya estábamos muertos y no lo sabíamos. —Tras una pausa agregó—: Por supuesto, no nos contaron toda la verdad.

Víctor la vio alzar la mano izquierda y experimentó un sobresalto.

Vigilaba cada uno de los movimientos de Elisa desde que ella le había pedido que se introdujera en aquella área de servicio y aparcara el coche. No era que no se fiara, pero la historia que estaba escuchando, la noche que los envolvía y aquel enorme cuchillo que aún le veía sostener distaban de resultarle elementos tranquilizadores.

Sin embargo, lo único que Elisa hizo fue consultar su reloj-ordenador.

—Se nos ha hecho tarde, son casi las doce. Imagino que tendrás muchas preguntas, pero antes debes decidir una cosa… ¿Me acompañarás a esa reunión?

La misteriosa reunión de las doce y media. Víctor la había olvidado, absorto como estaba con aquella increíble historia. Movió la cabeza asintiendo.

—Por supuesto, si tú… —comenzó. Súbitamente, su propia sombra y la de ella cobraron vida en el techo y los laterales de la cabina, proyectadas por un resplandor en el cristal posterior. Al mismo tiempo se oyó un crepitar de guijarros bajo unas ruedas.

—¡Por Dios, arranca! —gritó Elisa—. ¡Vámonos de aquí!

Víctor pensó por un instante que no iba a poder cumplir con su papel de conductor experto, pero la realidad le demostró lo contrario. Hizo girar la llave de contacto y aceleró casi a la vez. Las llantas se aferraron al asfalto y saltaron con un chirrido que le evocó chispas en la imaginación. Tras una habilidosa maniobra logró mantener el control.

Cuando regresaron a la carretera de Burgos comprobó dos cosas, a cual más satisfactoria: que la furgoneta, o lo que fue aquel vehículo que se les había aproximado, no los seguía (quizá todo se había tratado de una coincidencia), y que, pese miedo que sentía y le hacía temblar como un viejo despertador sonando en una mesilla, empezaba a pensar que estaba viviendo la aventura de su vida, y nada menos que junto a Elisa.

La aventura de su vida.

Esto último le hizo sonreír, incluso se permitió aumentar la velocidad (nunca lo hacía) por encima del límite establecido. No quería quebrantar la ley, solo hacer una excepción durante una noche. Se sentía como si llevara una embarazada con dolores de parto a un hospital.



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